Belangiano

33 FESTIVAL DE CINE DE L’ALFÀS DEL PI

faro
Berlanguiano_Centenario de Luis García Berlanga

¡Cómo le gustaría a Berlanga estar aquí! Todos sabemos que Berlanga era valenciano y ejercía. Es decir, que vivía “a la valenciana” o, lo que es lo mismo, viviendo y dejando vivir a los demás.

Y era valenciano en todo, desde que se levantaba hasta que se iba a dormir. Era valenciano trabajando o, mejor dicho, en su forma de trabajar. Él presumía de vago, porque como buen español, a pesar de lo que el dictador dijera de él y en eso los valencianos son también buenos españoles siempre se presume de lo que se carece. Lo que pasa es que Berlanga, que era muy grande, presumía de sus miserias, que eran pocas y pequeñas. Por eso presumía de vago cuando, en realidad, era prolífico. Siempre estaba maquinando algo. Y, como también se sabe, en Valencia lo de “pensat y fet” se lleva a las mayores consecuencias. Así que Luis pensaba una historia y se ponía a escribirla, a cuatro manos, con Azcona. Y en tiempo record conseguían hilvanar, escaletar, dialogar, estructurar y dar por finalizada la escritura de un guion que acabaría siendo una película llamada a ser una obra de arte. Y en todo ese proceso tampoco paraba quieto: abducía a todo un equipo de técnicos y actores que, siendo conscientes de la brillantez del maestro, no reparábamos en esfuerzos, horarios, contratiempos, superaciones, renuncias y todo lo necesario para dar lo mejor de nosotros mismos y que aquel trabajo de titanes fuese, al mismo tiempo, un divertimento de tomo y lomo. Acabábamos extenuados pero satisfechos y habiéndonos reído mucho.

Aunque Luis se afincó en Madrid siendo joven, para incorporarse a la vanguardia que ofrecía el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, primero como alumno, donde tuvo como compañero a Juan Antonio Bardem, y luego como profesor, cuando el Instituto pasó a llamarse Escuela Oficial de Cine, Berlanga no ha dejado jamás de escaparse a Valencia siempre que podía y de llevar a su tierra proyectos cinematográficos de gran calado. Allí he compartido con él, en casa de su hermano Pepe y su cuñada Juana, que eran los dueños del Hotel Londres, en la mismísima Plaza del Ayuntamiento, todas y cada una de las fiestas falleras durante los 35 años que van desde 1977, fecha en la que se produjo el rodaje de La Escopeta Nacional, hasta la venta del hotel y el abandono por causas vitales primero de Pepe, después de Tedy, mi compañero y, por último del propio Luis. A todos nos gustaba el ruido, el bullicio, la pólvora, la buena mesa, la sobremesa y el disfrute hasta cerrar la noche con el castillo de fuegos artificiales, la nit del foc y la cremá.

Pero, además, Luis tampoco dejó de la mano a las otras dos provincias de la Comunitat: a Alicante se llevó la Ciudad de la Luz, escatimándosela a Madrid, que ya tenía prevista la maqueta y los terrenos. No es culpa de Luis que hoy en día no se estén llevando a cabo en esas maravillosas instalaciones los rodajes para los que fue diseñada y puesta en pie. Cosas de la política. Ojalá todavía puedan volverse las tornas. Y en Castellón, concretamente en la ciudad donde Luis ubicó su idílico Calabuch, de la mano de José María Alonso y José María Ganzenmuller albergó durante muchos años el Festival Internacional de Peñíscola.

O sea que, de vago nada. Y siempre que podía, barriendo para casa. Bienvenido sea este Berlanga al que, por fín, la Real Academia de la Lengua ha reconocido el término “berlanguiano” como “1. Adj. Perteneciente o relativo a Luis García Berlanga, cineasta español, o a su obra. 2. Adj. Que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga”.

Y, aunque la Academia diga eso, cada uno de nosotros tendrá una definición para “berlanguiano”. La mía es: “actitud humana mezcla de pulsiones aparentemente contradictorias: picaresca, descreimiento, caos, torpeza, generosidad, miseria, compasión y ternura. Típicamente española”.

Marisol Carnicero
Productora de cine y Académica

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